sábado, 21 de mayo de 2011

Momentos de sentido

Lo cotidiano no tiene por qué suponer una negación constante de lo extraordinario.

En el día a día pueden darse contextos en los que sentimos cómo la situación nos envuelve e inunda, que provoca una impronta transformadora en nuestro interior. Quizá el visionado de una película, el mantener una conversación, observar una obra de arte, escuchar una canción, dar un paseo, o la simple relajación que deviene en comprensión. Son ejemplos de situaciones que propician que acontezcan en nosotros sensaciones reconfortantes, y no solo eso, sino también ideas y proyecciones, planes y decisiones, que nos empujan, que exigen movimientos.

En definitiva, hay situaciones que nos motivan a mantener una actitud enriquecedora y activa, que nos lanzan a ella.

Hablo aquí de momentos significativos o de sentido, quizá incluso estéticos, que producen experiencias que podrían denominarse de igual manera, en la medida en que parece que es su belleza y fulgor lo que nos ilumina, como si de una reminiscencia se tratara, que viene a dotar de sentido lo que parecía haber dejado de tenerlo. Tomo del término “estético” solo lo esbozado hasta aquí, sin pretender tomar de él toda su envergadura e implicaciones filosóficas, de las que no pretendo dar cuenta.

Se trata de experiencias provocadas por algo ajeno, pero que no por ello nos son ajenas. Que una película me lleve a cierto estado, no implica que sea capaz de hacer lo propio con otro individuo, ya que ésta no porta una sensación que descargue en todo espectador que la contemple. Más bien podemos decir que hay en ella ciertos elementos que despiertan en mí la sensación, y hacen que dicha experiencia me acontezca, por lo que más que ajenas, me son propias. Siguiendo con el ejemplo, la película funcionaría como el dispositivo que activa una emoción. La experiencia no iría de la película hacia mí, sino que, siendo fruto de mi relación con ella, tendría su hábitat en mí.

Su valor no radica en si portan o no una verdad, sino más bien en que producen una apertura que deja que brote nuestro pensamiento recluido, una brecha que le permite matizar el entorno. Despiertan un sentimiento, que pudiendo dar lugar a conocimiento, no tienen porqué llevarlo impreso. Aquello que expresan es la necesidad de alimentar cierta pulsión que refiere directamente a nosotros mismos. Insinúan un boceto a desarrollar.

Que broten de un contexto cotidiano es señal de que, quizá no provocarse, pero sí que pueden ser promovidas. De hecho pueden y deben serlo, ya que su abofeteo es perfectamente capaz de librarnos de cargas provocadas por una mirada errónea. Pero no lo hacen falsamente como lo haría un paliativo, sino que logran despertarnos con su sacudida, un impacto que el pensamiento no puede ignorar, una llamada de atención que él mismo se hace a través de aquello en lo que se refleja (recordemos, la experiencia significativa o de sentido).

Arremeten con un aire fresco que remueve las ideas que el hastío del día a día ha ido asentando, deshilando las cargas que un pesimismo cabizbajo ha tejido a nuestras espaldas.

La vida de estas experiencias suele ser corta, pero su extensión no coincide con su intensión. Que se desdibujen conforme pasan las horas no hace que su intensidad, la punzada que propinan, posea un efecto fugaz. El ascenso que suponen para el ánimo no puede perpetuarse, pero quizá  si su mensaje, la posibilidad de algo que nos ha hecho brillar, de aquello que se ha convertido en una meta. Ahí radica su profundidad.

El trastorno que suponen puede ir desde el esbozo de una simple sonrisa, hasta la más potente de las sensaciones de libertad. Al margen de su magnitud, siempre es revitalizante. Libra al pensar de ocupaciones inertes, y lo apunta hacia algo que de veras le parece valioso. A este posicionarse del pensamiento debe seguirle un proyecto que sirva de enlace entre lo que uno es hoy, y la realización de lo visualizado en la experiencia. Una actitud, que nos ponga en marcha, que nos adueñe de nosotros mismos de una manera activa y sana.

Tanto el mensaje como la actitud que provocan también pueden debilitarse por el ataque del hastío, por ello es una obligación seguirles la pista cuando su rastro se desdibuje, tomar como camino el halo que dejan.

Pero si finalmente desaparece, y el tiempo acaba por borrar la silueta de la experiencia que nos empujaba, al menos sabemos que en su momento fue activa, y por ende estamos comprometidos con ella para favorecer su reaparición, facilitando situaciones meditativas y placenteras, que abonen el terreno para el aparecer de algo que no solemos obtener en el día a día, nuestro reflejo.

No se trata de un autoengaño, ni de un drogarse con experiencias positivas que nos resguarden de la vida en un bienestar artificial, ya que siempre captamos el mundo desde un enfoque, una perspectiva, y si la colocación en una actitud positiva derivará en una captación o construcción positiva del entorno, es evidente que elegir una apacible cuando sea posible, que limpie nuestra mirada y la libere de los prismas opacos que suelen colocársele delante, será siempre una elección sabia.

Me resulta evidente que tanto lo bueno como lo malo debe ser vivido, y que esto no reduce la vida a un mero batiburrillo de sensaciones. Parece que deberíamos poder tener un papel más o menos activo en nuestro posicionamiento ante el mundo, y en desde ese enfoque, hacernos a nosotros mismos imprimiéndonos en una actitud a través de la cual habitamos.

Cuando leemos una frase que nos llena, nos conmovemos con una película, o protagonizamos cualquier evento de índole similar, sentimos que nos infunde algo, nos inspira. Introduce en nosotros el combustible necesario y las ganas de hacer, nos interpela. Supone un recordatorio que nos libera momentáneamente de la apatía o el dolor, que nos recuerda precisamente la necesidad de seguir con nuestra actividad.

En la medida en que esas sensaciones acontecen y nos colocan en cierto estado, en la medida en que no son más que la expresión del ímpetu de llevarnos a cabo, entregarnos a ellas es entregarnos a nosotros mismos, devolvernos a nuestro sitio.

Abrirnos a estas experiencias de sentido, buscarlas y dejarlas ser, acontecer, supone una vía para el darse de nuestro propio acontecer. Los momentos de sentido son un regalo que tenemos la oportunidad de brindarnos en nuestra relación con la realidad. Es por ello que debemos educar mirada y pensamiento, nuestra actitud, para que sea capaz de reconocer y construir estas situaciones de especial brillo. Toda una fuente de vida a nuestro alcance, que debemos experimentar, ya que traerlas a presencia, conlleva traer a presencia nuestro yo más auténtico.

4 comentarios:

  1. Que tal estamos, soy Fidel. Lo que parece que encontramos en esas expriencias de sentido es la mano amiga que tira de nosotros o que nos empuja. Creo que son sensaciones diferente la expriencia estética y la experiencia de sentido. En mi opinión la experiencia estética carece de sentido, es más bien el romper de una ola, un holocausto de información imposible de procesar y que nos hace supurar placer estético (por llamarlo de alguna manera). Aunque la experiencia estética, como cualquier experiencia, viene del exterior, esta parece que nos fuerza a sacar el corazón y ponerlo en la mesa (y lo digo literalmente), nos invita a arrancarnos la piel; es bastante difícil de explicar así que no me detendré más en la sensación, pero sí diré que la experiencia estética es un unísono emocional entre la experiencia y el yo que no motiva a movernos, sino sólo a vibrar (y bienvenida sea). La experiencia de sentido es más bien un unísono ideal (ideal en el sentido de ideas). La flecha que nos guía es la que nosotros construimos, y como has dicho en el texto, con lo cual estoy de acuerdo, no es tanto que la experiencia nos dirija, sino que despierte en nosotros esa flecha. Ese empuje, como he dicho al principio, esa mano que tira de nosotros, no deja de ser el consuelo de la compañía, pues ¿existe una experiencia a la que no le atribuyamos un autor con el que identificarnos?

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  2. Buena pregunta. Si tuviéramos que señalar algún autor en estas experiencias de sentido, seríamos nosotros mismos, ya que es ahí donde acontecen, y el juego de fuerzas se daría entre elementos de nuestro pensamiento.

    No he querido hablar de experiencia estética por las múltiples implicaciones filosóficas que, no solo el evento estético, sino el mismo término "estético" conllevan (por eso he preferido centrarme en un fenómeno más concreto y acotado).

    Pero de hacerlo, te diría que en la experiencia estética, a mi entender, podríamos hablar siempre de espectador, pero no siempre de autor. Es obvio que una obra de arte tiene detrás un autor, pero no lo es en el caso de un amanecer, o de una tormenta (aceptar un autor en eventos naturales sería aceptar la huella de dios, y no se a ti, pero a mi se me atraganta y mucho).

    Muy poética, y por ello en este caso acertada, tu caracterización de este tipo de experiencias, tan impactantes como enriquecedoras. Estoy convencido de que hay muchas ocasiones en las que es mejor mostrar, en vez de decir.

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  3. Estas experiencias de sentido, como tú las llamas, son mas comunes de lo que nos pensamos; y son muchas veces, el motivo por el que levantarse cada mañana: el joven que quiere ir al colegio porque sabe que verá a la chica que le gusta; el trabajador que sale a fumarse el cigarrillo y es el único momento de tranquilidad del día; o querer que llegue el fin de semana porque veremos a nuestros amigos.
    Las pequeñas cosas, como sabemos, son al final las que dan sentido a la vida.

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  4. Esos pequeños momentos son tremendamente agradables, pero no son necesariamente poseedores de el "sentido" del que trato de hablar.

    Tus ejemplos son buenos, pero para que fueran realmente iluminadores, deberían hacer alarde de algo más que de una buena sensación. Un mensaje revelador, la capacidad de poder reflejar algo del sujeto que la vivifica, y en definitiva, un brillo singular que no procede de ningún elemento concreto del contexto en el que se manifiesta.

    En pocas palabras, la diferencia entre un momento meramente especial, y un momento de "sentido" (por llamarlo de alguna manera), sería la capacidad de este último de ir más allá de lo agradable, para acercarse a algo que alecciona, y a la vez motiva y anima.

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