martes, 26 de julio de 2011

Social

En primer lugar, quisiera ilustrar escuetamente el predominio de lo social en nuestro existir para, en esta ocasión, tratar de extraer de éste una mínima responsabilidad moral con la alteridad. Un breve tránsito de la consciencia, a la concienciación.



No estamos socializados, somos sociales.

Añadiéndose a la lista de dependencias obvias que el hombre mantiene con la sociedad, tales como la cobertura de necesidades básicas físicas o mentales, hay un elemento, el social, que posee para el individuo una importancia mayor de la que podría pensarse a simple vista.

Nuestra sociabilidad no es únicamente consecuencia del profundo influjo que la cultura hace recaer sobre cada individuo, ni la simple respuesta a un imperativo genético o evolutivo. El carácter social del hombre es la vía por la que su máxima expresión y potencialidad toman forma y sentido.

Con el término social quiero referir aquí únicamente al carácter intersubjetivo del existir humano, fácilmente confundible con la sociedad o la cultura. La diferencia es básica; La cultura y la sociedad son soportes volubles a través de los cuales otra pulsión más originaria y dinámica se manifiesta, lo social.

No podemos concebir nuestro mundo sin estructuras culturales o sociales, pero sí que podemos concebir esas mismas estructuras en formatos y versiones diferentes. Si esto es así, es porque lo social es un impulso ineludible, cuya expresión se da bajo la forma de sociedad, una manifestación necesaria, pero que no por ello viene determinada. La necesidad social, de los otros, es causa de toda cultura, por lo que es previa a ella.

No hay nada impreso en el hombre que garantice su felicidad, por no reducirse ésta a una mera cuestión bioquímica, siendo más bien un conglomerado de diversos factores enlazados armónicamente. Siendo así, su búsqueda no puede formularse evitando el escenario colectivo.

Cada pensamiento y acto individual refiere total o parcialmente a sus congéneres, ya sea directa o indirectamente, por estar mediado de alguna manera. Todo proyecto humano es social por darse en dicha red, y es a partir de ésta de donde extrae cierto sentido, un sentido que lo enmarca en el devenir social. Un acto individual podrá tener un sentido interno, que remita al individuo, pero siempre estará empapado del entramado social, aunque sea únicamente por ser llevado a cabo por un sujeto que se ha constituido como tal dentro de una comunidad.

Que todo acto esté en mayor o menor medida mediado socialmente, no hace que se limite a la sociedad, simplemente no puede evitar estar teñido de ella. Por principio, un proyecto humano se gesta en la sociedad, y es en ella donde se manifiesta.

Por ello me reitero en que la faceta social humana no se explica por una mera socialización, sino como el despliegue de la necesidad social. Es ésta trascendencia de la estructura social la que permite que sea capaz de elevar al hombre hasta su máximo potencial, así como degradarlo y corromperlo hasta niveles inimaginablemente deshumanizantes. Sus extremos delimitan el inmenso campo de acción.

Es síntoma de la condición errada de nuestra sociedad la incipiente tendencia al aislamiento, al cierre sobre uno mismo. La relación con los otros, al margen de sus beneficios y perjuicios, es simplemente irrevocable.

La existencia de cualquier individuo se vería duramente cercenada si se encontrara privada del trato con los otros. Aunque pudiera dar lugar a profundos procesos introspectivos, casi ascéticos, el balance vendría a ser negativo. El aislamiento solo es beneficioso si es deseado, y temporal.

Todo sujeto nace, crece y se otorga una identidad en sociedad. Es difícil separar lo grupal de lo individual en un sujeto que no hubiera podido configurarse como individuo sin un colectivo que le sirviera de referencia. Ya sea afirmándola, negándola o tratando de ignorarla, la sociedad siempre está presente en cada individuo.

Que la sociedad esté corrupta, y el balance de la historia de la humanidad no hable en su defensa, no anula la necesidad de la vida en comunidad.

De entre todas las posibilidades, de entre todos los rumbos posibles, nos ha tocado presenciar esta versión del presente, una realidad que, pudiendo haber sido diferente, se ha establecido bajo unas condiciones determinadas, aunque pueda ser pensada desde infinidad de perspectivas.

No nos hayamos ni en el mejor ni en el peor de los mundos posibles, tan solo presenciamos una posibilidad efectiva. Recordemos que toda estructura, toda organización y evento de la sociedad es contingente, que todo cuanto rodea y vertebra cualquier evento social carece de una rotunda necesidad, en la medida en que poco hay en su despliegue que no pudiera darse de otra manera. Lo único necesario en ellos es lo que propician, pero no tanto cómo lo propician. No es el espectáculo en sí, sino lo que en él se da, la interacción.

La humanidad construye su mundo asentándose en niveles estratificados de constructos, imágenes que alojan dispositivos como la moral, las ideologías, los prejuicios, los valores, y en definitiva, cosmovisiones, prismas que dotan cada acto de un sentido que la naturaleza no puede otorgar, por ser éste, como todos los demás conceptos, algo humano, ajeno a la naturaleza en sí. El hombre construye mundo, por verse desprovisto de él, y lo hace a través de actos individuales que se enmarcan en otros comunes, sucesivamente.

Se presenta sencillo que, de la profunda trascendencia que el entorno y su configuración social suponen, se derive una responsabilidad para con ese entorno y lo que en él habita. Por ello parece que mostrarse ajeno a las circunstancias del mundo solo puede ser tachado de erróneo e incoherente. Como causa quizá haya que apuntar a una sociedad enajenante, o incluso a ciudadanos humillantemente cómodos en su enajenación.

La influencia de todo acto individual se extiende y repercute a otros individuos y situaciones. Un alcance incalculable, por no estar dentro de los límites del conocimiento humano el seguir hasta su última consecuencia el abanico de cadenas causales que un simple evento puede llegar a provocar. La esfera de lo humano, siendo inabarcable, no es más que una de las diversas esferas que a través de sus múltiples conexiones componen el mundo.

Por ello, al menos a modo de esbozo, podemos hablar de una mínima responsabilidad ética ante los demás y el entorno. Es cierto que es problemático realizar una argumentación de esta suerte de principio ético, pero quizá ésta sea una marca distintiva de la crisis de valores que azota a la sociedad, justamente el exigir una demostración de algo que debiera resultar intuitivo y para nada discutible.

No se esgrime aquí el despliegue de un sistema ético, ni se alberga un intento de  imponer imperativos racionales a individuos que carezcan de la intención de mantener una posición o actitud racionales. No existe un argumento cuya potencia logre la conversión de todo sujeto que se preste a entenderlo. Los imperativos éticos son vacuos ante aquellos que no están dispuestos a mantener una actitud ética. Se trata de algo mostrable, pero quizá no demostrable.

Sin embargo sí que hay aquí una invitación, que sin pretender una petición de principio, intenta que el lector conciba las obligaciones éticas implicadas en cada uno de sus actos y omisiones, en su existencia misma, por reciprocidad.

Podemos imaginar una balanza ficticia capaz de pesar la intención latente en cada acto, al margen de su resultado, en la que a cada lado se repartieran lo que podrían considerarse a simple vista buenas y malas acciones. Quizá no sería racional exigir al individuo a juzgar que el balance de sus actos sea extremadamente bueno, llegando incluso a niveles altruistas. Sin embargo, resulta natural pensar que lo correcto sería que aunque fuera bajo niveles mínimos, la balanza se inclinara positivamente.

Un baremo que aunque intuitivo, parece no resultar exitoso ante la despreocupación y maldad presente en multitud de actos humanos.

Por la reticular conectividad de la esfera humana podemos decir que actuar contra ella no sería ya un morder la mano que te da de comer, sino más bien un morder la propia mano, por darse una relación de profunda identidad, aunque no total, entre el sujeto y la sociedad en la que se encuentra.

Es esa versatilidad del darse de lo social la que abre la inmensa amalgama de posibilidades de organización geopolítica. La sociedad precisa estructuras que permitan fluir el encuentro con la alteridad, la interacción y comunicación, y afortunadamente ésta no solo es posible bajo un único formato.

El presente reclama a los individuos que lo vivifican la consecución de ciertos fines, para aproximarse a la coherencia, a una concordancia entre los factores que lo estructuran, para el establecimiento de una especie de equilibrio. Paradójicamente, lo que el presente exige para su equilibrio, no suele coincidir con lo que la sociedad le proporciona.

Así es como se concatena la historia, a través de la contribución de individuos particulares en contextos concretos, cuyo efecto, como el de una piedra que cae en un lago sereno, va extendiéndose en círculos mayores, afectando y viéndose afectado por otros, según su relevancia. Una serie incuantificable de eventos concretos que movilizan la esfera humana.

Todo individuo, lo quiera o no, se halla inmerso en multitud de esferas sin las que no podría existir, estando comprometido con ellas. Una mentalidad extremadamente individualista, que pretenda hacer ajena la problemática de las esferas social, cultural, política, ecológica, ética… que como nódulos conectados lo circundan, se tornará protagonista de uno de los mayores errores y sinsentidos de la historia de la humanidad, el de aquel que contribuyó a la condena de todo cuanto conocía, precisamente por desconocer o descuidar sus necesidades.

Es deber de la esfera social el procurar que su discurrir resulte compatible con los elementos del complejo escenario en el que se inserta, lo que se traduce en una especie de conciencia planetaria, que logre quizá que los humanos sirvamos un poco de complemento, y no tanto de agresión corrosiva, del sistema que nos limita y posibilita.

Dar el paso a un nuevo nivel, en el que el hombre se conozca mejor a sí mismo, por saber qué hay de él en lo otro, y qué de lo otro en él.

2 comentarios:

  1. Entonces, ¿cómo podemos conseguir ese equilibrio? Estoy de acuerdo con lo que dices, pero como bien sabemos es imposible una unión de toda la sociedad.
    Una simple acción puede repercutir positiva o negativamente en otros sujetos. Aunque, si cada persona analizara sus actuaciones futuras, podría caer en la cuenta de que pueden ser nocivas para sus iguales, entonces aquí si actuaría realmente como un ser social. Aunque creo que esto no siempre se lleva a cabo.
    Por otro lado, cuando dices “mostrarse ajeno a las circunstancia del mundo solo puede ser tachado de erróneo e incoherente”, decirte que no estoy de acuerdo. Cada sujeto puedo tener una concepción distinta de los hechos y no por ello estar equivocado, yo puedo estar en contra del sistema económico y no por ello tengo menos razón o ser tachada de “loca”.

    ¡Ojalá no fuéramos tan egoístas en esta sociedad!
    ¡ME ENCANTAN TUS TEXTOS!

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  2. Más improbable que imposible. Teniendo en cuenta la realidad social actual, si aquí hay alguna propuesta iría encaminada a la acción individual, dentro del marco colectivo. La conciencia de que toda acción tiene una repercusión, como tu bien señalas, de la que se deriva cierta responsabilidad que no debe ser eludida. Utópico, pero no por ello menos cierto.

    Con "mostrarse ajenos a las circunstancias del mundo solo puede ser tachado de erróneo e incoherente" pretendía recalcar el íntimo contacto entre el sujeto y todo cuanto lo rodea. Por ello, obviar las necesidades de un entorno del que el individuo, no solo forma parte, sino que en cierto sentido es parte de sí, es algo que roza la irracionalidad, o al menos chirría moralmente. Creo que se trata de una cuestión de ser consciente de ciertas relaciones y necesidades, y no tanto de divergencia de opiniones, no al menos en un primer plano.
    Estoy de acuerdo contigo, creer que sólo hay una perspectiva correcta es un error muy nocivo.

    Muchísimas gracias por el comentario, el elogio y la crítica. (T.Q.P.).

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