miércoles, 4 de agosto de 2010

Entropía


El término viene del griego, y puede traducirse por evolución o transformación. La entropía es la segunda ley de la termodinámica, la tendencia de todo sistema al caos, la desintegración, la destrucción… al “equilibrio”.

Todo movimiento implica un gasto de energía. Es cierto que la entropía es un concepto de la física como disciplina, aplicable solo como propiedad de un sistema. Pero esto no limita el campo de aplicación, ya que es difícil apuntar nuestra mirada hacia algo que no se configure como sistema, que a su vez pertenezca a alguno mayor, alberge otros menores, interactúe…

Podemos concebir la entropía como el desgaste que produce la rutina, que lejos de aportar un equilibrio deseable, desestabiliza la estructura de la que brota, llegando incluso a aniquilarla.

Como fenómeno opuesto, la neguentropía se figura como la introducción de elementos nuevos, la retroalimentación que viene a reparar o sustituir los dañados, evitando que el sistema degenere y se consuma, garantizando su supervivencia.

La entropía llega a aportar un tipo de equilibrio, el del cese del choque de fuerzas. Aunque no lo parezca, es un estado nefasto, ya que por ejemplo, un cuerpo vivo solo alcanza el equilibrio en el momento de su muerte. Pero tampoco conviene profundizar en este aspecto ni en otros afines. Es una noción con multitud de implicaciones que se nos presentan un tanto obtusas y se alejan bastante de nuestro propósito.

Por ello remarquemos solo en esta ocasión que la entropía sistémica es ineludible, que todo objeto, por su mera existencia, se deteriora. Desde la mayor obra de ingeniería hasta el más insulso sacapuntas.

Y ya que podemos extrapolar este prisma a cualquier ámbito, lo coherente sería llevarlo al humano, dejando un poco de lado los tecnicismos tratados anteriormente.

Lo interesante es que los seres humanos somos uno de los ejemplos más paradigmáticos e ilustrativos del enfoque sistémico. Sistemas en sí mismos, que albergan otros a su vez (atómico, físico, biológico, psicológico, noológico…), pertenecientes a otros mayores (sociológico, antropológico…). Poseedores de un cuerpo que se daña (entropía) y regenera (neguentropía), que cae enfermo y se cura.

Pero no solo el cuerpo se desgasta, también la mente. Las ideas nacen, mueren, dan lugar a otras, se transforman… Este y otros ejemplos nos muestran la plausibilidad de definir a una persona como un sistema más que complejo.

Si somos un sistema, no debemos esperar ser la gran excepción. Inevitablemente estamos sujetos a las propiedades intrínsecas de estos. Por ello cabe destacar que, además de lo citado con anterioridad, la entropía es capaz de pulir el brillo de todo tipo de situación agradable, incluso el de aquellos momentos que podamos considerar estéticos o trascendentales. Contextos capaces de reconfortarnos hasta el éxtasis personal, que pueden morir por su simple repetición, una reiteración que a simple vista se nos antojaría deseable. Aún así, sería difícil negar que el grado de belleza de un amanecer difiere entre alguien que lo ve por primera vez y aquel que lo observa a diario desde hace años.

La sucesión de una misma experiencia implica su desgaste. No se trata de un desgaste propio, de la experiencia como tal, sino de la intensidad que de ella se deriva, del impacto que produce en nuestra mente. Lo que antes era extraordinario, ya no lo es. Las condiciones en las que se da probablemente sean las mismas, pero nuestra percepción de estas se ha tergiversado.

El daño presente en algunos elementos del sistema puede extenderse a otros que gozaban de salud. Por ello el empobrecimiento de una experiencia no tiene porqué tener su causa en sí, pudiendo ser afectada por otro fallo de la estructura en la que se aloja, o incluso por algo ajeno a esta.

Pero la rutina no solo es inevitable, sino además necesaria. Huir de ella implica caer en la peor de todas, la inactividad total, o el cambio constante, el salto incesante sin sentido. ¿Cómo conciliar ambas posturas?.

En una relación interpersonal, se da un equilibrio entre estados mentales y costumbres, entre pensamientos y actos. Parece que si las afinidades no cambian, todo seguirá igual. Pero no, las prácticas repetitivas irán desgastándose en su sucesión, y cada vez serán menos placenteras. La entropía siempre aparece, si no se la evita.

Nos vemos ante la paradoja de que por querer mantener algo en nuestra vida, lo condenamos a su destrucción. Todos hemos dicho alguna vez que queremos que algo no cambie, que se mantenga inmutable en el tiempo. Lo que no imaginamos es que lo que no cambia, muere. Lo inmutable, es inerte.

Para intentar perpetuar el fuego de una vela, no vale con protegerla de los agentes externos, tales como viento, agua… Si no también de los más dañinos, los internos, ya que si queremos desafiar su estructura finita deberemos injertar cera y mecha según lo precise.

Debemos entender que para lograr que algo perdure, debe alterarse, y que esas alteraciones no tienen por qué ser estructurales, sino mucho más livianas. En todo cambio hay elementos que permanecen, necesariamente.

Podemos imaginar tomar café el mismo día de la semana, a lo largo de nuestra vida, con la misma persona, sin vernos obligados a afirmar que esto nos disgustaría. Un acto que se repite, y no se desgasta, bien. Pero y si imaginamos que en todos y cada uno de esos encuentros, siempre hablamos del mismo tema, utilizando las mismas expresiones, siguiendo el mismo guión… Parece que comienza a atragantársenos. Suena un poco absurdo, pero ejemplos como este nos revelan que reaccionamos frente a la entropía a diario sin darnos cuenta.

Cada vez que intentamos sacar un tema de conversación, visitar un lugar nuevo, conocer gente, adoptar otro punto de vista… Estamos combatiendo la entropía, seamos o no conscientes de ello, buscando elementos que no tienen por qué cambiar nuestra vida, pero si oxigenarla, impidiendo que se estanque.

Entender la noción de entropía, su presencia, nos permite reconocerla antes de que aparezca, adaptarnos a ella y combatirla de ser necesario, para lograr que nuestra vida crezca y se enriquezca, sin que se vea obligada a desprenderse de algo que antes producía felicidad, pero que sorprendentemente dejó de hacerlo.

Solo así podremos extender en el tiempo la sucesión de esa clase de momentos que, literalmente, nos dan la vida.

13 comentarios:

  1. Creo que el mayor miedo que tenemos las personas es al cambio, incluso la muerte lo es. Yo me di cuenta hace tiempo que me aterraba cambiar de casa, de amigos, de ciudad, etc. Por suerte no me quedó mas remedio y ahora veo que era lo mejor que podía pasarme para mi desarollo personal. Aun a día de hoy me dan miedo los cambios pero los considero fundamentales en mi vida.
    Gracias por esta maravilla de texto :)

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  2. Si dices que lo inmutable es inerte, entonces, que una persona sea buena, cariñosa,etc, durante toda su vida, esos sentimientos para tí son inertes? Quizás esté un poco confundida no?
    Por otro lado, Elbereth estoy de acuerdo contigo, la mayoría de las personas tenemos miedo del cambio, bien por temor a perder algo importante en nuestras vidas o por simple comodidad a nuestra rutina.
    Si no tuviéramos miedo, desagrado...durante nuestra vida, estaríamos un poco incompletos no?

    Vida (L)

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  3. Lo único, lo íntegro, lo indestructible. Ah, mi amigo Parménides, cómo creces en tus pensamientos.
    En el fondo, una vez conseguida esa línea que nos gusta, no queremos perderla, se llene de rutina o de "seguridad". Es mirarse al espejo y sentirse bien con uno mismo. Quizás esa sea la felicidad. Por eso, los pequeños detalles, como tantas veces hemos hablado, son como especias distintas en el mismo plato de siempre. Los que no se detienen son aquellos que no quieren verse por dentro o arrastran un pesado equipaje. Sólo, creo yo, si esa "felicidad" se desvanece, se rompe, es hasta sano,una vez agotada la lucha, buscar nuevos destinos y sorprendernos. Ahora bien, buscar el escapismo y no coger el toro por los cuernos no nos hace crecer como personas. Y para mí, eso es lo más importante. Quizás por eso prefiero tantas veces ser un paquidermo en vez de un lobo estepario.

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  4. Lo inmutable es inerte. Hay cosas que nunca cambian y cosas que nunca se quieren cambiar. Respecto a estas últimas, ¿somos dueños de "inertificar" lo que nos plazca? Queremos un amor eterno, pero no un amor muerto. Podría llegar a pensar que un amor muerto es mutable y que por eso se mantiene "vivo". Aún en la muerte hay cambio, en muchos sentidos, y no sólo para el afectado. Una herida mal curada puede llegar a infectar todo el cuerpo en que se encuentre.
    No son éstas reflexiones de bohemio, ni de loco, ni fruto de alucinaciones. Son sólo fruto de una interpretación que, afectada por procesos entrópicos y neguentrópicos, procede de esta lectura y precederá a otras.

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  5. Lo inmutable es inerte, todo cambia irremediablemente, o muere. Que no queramos ese cambio es algo ajeno al fenómeno, porque no depende de nosotros. No se trata de hacer inerte aquello que queremos salvar de la entropía, porque lo inerte, está muerto. Se trata justamente de lo contrario, de defender aquello que queremos perpetuar, haciendo que se adapte, logrando que cambie, pero sin que llegue a convertirse en otra cosa totalmente diferente. Obviamente no queremos un amor muerto, pero sí que un mismo amor se extienda en el tiempo. No, no podemos pensar que un amor muerto es mutable y por ello sea vivo, porque en lo muerto no hay cambio. No existe el amor muerto; o está muerto, o hay amor. La muerte es el cese del choque de fuerzas, y por lo tanto, contrario al cambio por definición. Una herida puede infectarse y extender su infección, pero si llega a matar al cuerpo, tras la muerte de éste no quedará vida en él. La muerte no produce vida.

    Gracias por tu comentario “condro”, y suerte en Méjico.

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  6. La defensa de lo que se quiere perpetuar, para que se adapte y logrando que cambie sin que llegue a ser otra cosa distinta. Entiendo, entonces, que podemos llegar a defender, para que perpetúe, algo que en realidad es corrupto. Perpetuar algo que está corrupto para que se adapte y cambie sin dejar de ser lo mismo. No lo sé seguro, pero veo un problema en todo eso. ¿Quiénes somos para cambiar nada o a nadie? Es más, siéntete como el objeto de cambio, a merced de fuerzas que no son ni por asomo las grandes fuerzas de la naturaleza, que son las que deberían regirnos, sino sólo fruto del capricho de alguien que, a su antojo, pretende perpetuarte a su modo, haciendo que te adaptes, logrando que cambies, pero dejándote ser algo, solamente, parecido a lo que eras. Entiendo la muerte en este sentido. Muere tu ser por momentos para dar paso a seres "nuevos". Que sean los posteriores estados de la vida mejores o peores ya queda a otro nivel de juicio.

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  7. Por cierto que creo que te confundes y en Méjico no estoy. Ni en aledaños. Pero gracias por la suerte.

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  8. Bien es cierto que podríamos llegar a querer perpetuar erróneamente algo corrupto (corrupto, con lo muerto sería irrealizable). Pero en la medida en que esos cambios no son nucleares, sino más bien de su “darse”, no hacemos de dios (con el ejemplo de la vela pretendo también mostrar cómo lo importante es el fuego de ésta, no los elementos físicos que lo posibilitan), no creamos, tan solo defendemos. Ponerse a uno mismo como ejemplo autorreflexivo nunca será una mala opción. Pero la tuya es una interpretación demasiado libre, quizá errónea, aquella que pretende ir de la defensa de algo bello, a la enajenación que eso que ya no es tan defendible, sino condenable, ejerza sobre el sujeto. No afirmo la imposibilidad de lo que señalas, se trata simplemente de que esos, no son mis pensamientos. Pero comparto contigo el que, si no trae un mal existencial (la alienación de la que hablas), lo que le acompaña no diverge mucho de éste. Pero me reitero en que yo no hablo en esos términos, no en este caso ni en ese sentido.

    Mantengo mis mejores deseos, el donde no es relevante.

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  9. Lo más razonableen teoría( y que no siempre se hace) es dejar que el ser sea, que varíe, que las circunstancias actúen. Intentar mantener cualquier concepto de manera inmutable no hace más que acelerar su cambio por desgaste.
    Para Condro:
    No le encuentro sentido a comenzar un debate sobre quien puede o no iniciar cambios, ya que nadie puede iniciar cambios, puede querer, puede intentar, pero los cambios se suceden por acumulación de circunstancias favorables, el individuo carece de relevancia. Y si un individuo cambia, según tu, por voluntad indirecta o directa de otro individuo, ¿entonces "muere"? ¿cómo es eso? Si el individuo es cambiante, ¿dónde encaja ahí que se acabe por un cambio? En todo caso evoluciona,puede resultar en alguien totalmente distinto, pero no por ello deja de ser.

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  10. Sólo me queda pedir perdón. Bienvenidos vuestros puntos de vista. En otras ocasiones, si las hay, espero fundamentar mejor la crítica, si la hay.
    Perdón por el fallo. No es por vosotros, de veras, es una cuestión personal de autocrítica y demora para futuras lecturas. Gracias.

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  11. No sé si te he entendido Condro, lo que yo saqué en claro de lo que dices es que: Somos algo (lo que sea, por ejemplo, simpáticos), y, por diversos motivos dejamos de serlo, cambiamos, y por eso lo que fuimos antes murió. Pero ya te digo que es lo que yo entendí, es posible que cualquier parecido con la realidad sea mera coincidencia.

    No creo en la entropía, ni en la neguentropía. Nuestro universo (sea éste psicológico, afectivo, social, antropológico, filosófico, etc.) es inmóvil, pero no inerte. Su inmovilidad viene dada porque el cambio nos asusta, no tanto por lo que el cambio es de suyo, sino por las esperanzas y creencias que ponemos en los y en lo demás. Cuando yo me mudé a lo que tenía miedo era a que la nueva ciudad no se adaptase a mis expectativas, y lo que hice cuando llegué fue satisfacerlas, no me dejé influir (hablo en primera persona por defecto, no me he mudado nunca, siempre estoy en el mismo sitio), de hecho hice la ciudad a mí.
    Desde un punto de vista epistemológico, al adaptar los objetos a mi forma particular de conocerlos, lo que hago es inmovilizarlos. Nada más dificil que salirse uno de sí mismo. Por eso creo que nuestro mundo es siempre estático, porque los que lo manejan tienen miedo a que sea diferente a las expectativas que pusieron en él. Y lo mismo nosotros, los que no mandamos, con nuestra porción de realidad. Nuestra forma de conocer las cosas es la misma desde que nacemos hasta que morimos, aunque al principio y al final de la vida no está en su plena potencia. Por eso atesoramos como lo más preciado nuestros recuerdos, que no cambian. ¿Qué castigo hay más terrible que dejar a alguien sin recuerdos, sin nada a qué aferrarse?



    Por supuesto este no es mi punto de vista, pero por fomentar el debate, creo que todo vale.

    Un saludo, y enorme el texto.

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  12. Si no me equivoco manejas una noción de cambio, en este caso, como adaptación. Si es así, totalmente de acuerdo. Lo de inmovilizar ciertas cosas por miedo a lo que vendrá, al cambio, es aquello de "inertificar" que discutíamos condro y yo, y creo que ambos coincidimos en que es del todo negativo. El estatismo de nuestra realidad la empobrece, no hay duda. Lo que yo pretendo en el artículo es intentar defender cómo es posible defender ciertas cosas, mantenerlas, a pesar de dejar que en éstas, como en todo, suceda el inevitable y necesario cambio (es paradójico, lo se, pero creo que en los detalles se vislumbra la salida).

    Muchas gracias por tu comentario, y mucha suerte por tierras salmantinas (en tu último correo parece que la necesitas jajajaja)

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  13. Este texto es una curiosa y acertada manera de afirmar "todo cambia, nada permanece", del que nos hablan textos tan antiguos como el tao te king, de lao tze. Es curioso pero cuando ves la evolución de muchos maestros, que han empleado años y años en dominar una técnica, llegan a esa conclusión: la vida, con nosotros formando parte de ella, se perpetúa en el cambio, y el cambio es por tanto lo más inherente a la vida.

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